sábado, 23 de mayo de 2009

EL HOGAR por Belén Hernández

Aquella mañana, te levantaste y me dijiste que te marchabas…. y yo sentí que todo lo que te había visto dudar y afligirte, y empujarte hacia la vida para de nuevo acobardarte, toda esa mansedumbre tierna había desaparecido y ese día, habías tomado por fin la decisión que tanto te había costado, la elección de seguir tu camino, de abandonar lo que hasta entonces había sido tuyo, pero se descolgaba y ya había dejado de serlo, de encontrar tu sitio, tu hogar, tus luces indirectas, tu música, los olores que habrían de definirte desde entonces como propios, impúberes pero tuyos, de ser tú la dueña de tus silencios y de tus locuras, sin interrupciones, con tu permiso a divagar, a oscurecerte cuando así te venía en gana y a iluminarte cuando sentías que el mundo se circunscribía más allá de tus dominios.

Y te vi guardar tus libros en tus cajas, y esa fue la señal definitoria del principio de tu ausencia y mi vacío. Los guardaste, poco a poco, ojeando lo que hacía años te había perturbado o inquietado, las frases subrayadas a conciencia con la certeza de que al cabo de los años, releídas, sabrías cuál había sido la sensación de ese momento, esos recuerdos sensoriales, físicos, anticipados a la elaboración de un pensamiento, que te llevaron a una memoria celular que sobrevolaba más allá de tu aliento.

Y supe que te marchabas, Que ese rincón detrás de la cortina de tu cuarto en el que habías ido acumulando libros, lámparas, manteles, y cualquier utensilio que te sirviera para crear tu hogar, el tuyo propio, no el heredado, el decidido, el elegido, iban a dejar un hueco permanente en mi vida.

Y me abrazaste al salir por la puerta y me besaste…. Y yo tuve la certeza de que ya no volverías a vivir conmigo, de que te marchabas y te atrevías, de que había llegado tu hora porque así te tocaba, inexorablemente el paso de los años se había colado en tus mejillas, en tus fines de semana, en tu empezar a mirar hacia otro lado, como era sano y natural, me decía a mi misma, como tenía que ser, increpaba a mi añoranza…. Pero no conseguí aplacar mi desánimo… y enmudecí. Bloqueada por la angustia y la experiencia enmudecí… sin poder decirte lo que sentía… arrastrada por el miedo al hueco de tu cuerpo y de mi vida, al espacio que ocupas en la casa… enmudecí…sin poder decirte que te quiero, Hija Mía, que tenías que iniciar tu cuento y escribir tu propia letra, que iniciabas tu camino y tu destino hacia tu nuevo mundo y yo tenía que reconstruir el mío propio. Que sabía que lo necesitabas, que era imprescindible, que te ahogas en la historia personal de legados familiares, tan abstractos, arduos, difíciles e incomprensibles, donde el amor se había quedado en los altillos de una historia que a partir de aquel momento pasaba a formar parte de tu pasado.

Y no pude expresarte mi certeza de que crearás tu hogar, con tus cojines, tus velas, tus luces indirectas, tus libros, tus olores, tu espacio necesario para vivir y ser quien ya te sientes.

Y decirte que el hogar se lleva dentro, en las entrañas, en los noes que hemos osado vivir y los síes de lo que hemos ido aceptando. Que allá donde estés, que vayas donde vayas, siempre podrás llevarte una vela, un cojín, un libro, que formarán la atmósfera de calor necesaria para sentirte recogida… que el hogar lo llevas dentro aunque haya cuatro objetos que lo materialicen, y que no es más que eso, no es más que acunarse cuando uno lo ansía, y mecerse cuando uno se recoge. No es más que el domingo cuando llueve, como cuando llueve dentro de uno, y el cigarro que te fumas en la cama.

Y tu hogar eres tú… y es más grande si siendo… eres con otro.

Y esto nunca te lo dije hija mía…

SÉ QUE TU HOGAR SERÁ CÁLIDO

No hay comentarios:

Publicar un comentario