lunes, 22 de diciembre de 2008

ESQUIVANDO AL MAR por Antonio Aragón

- La pregunta que yo me hago es la siguiente: si pasas todo el día contando las olas, ¿a qué hora pescas? ¿O es que pescas entre ola y ola? ¿o es que tu caña pesca mientras tú cuentas?

El viejo se quedó callado, pensativo, asumí que pretendía hacerse el interesante. El sabía que a su edad sólo se puede sorprender a los jóvenes. Me pareció pretencioso por su parte. Yo ya había dado dos veces la vuelta al mundo. Sorprenderme era lo último que esperaba de aquel carcamal perdido en una playa que no aparecía ni en los derroteros ingleses.
Finalmente, no dijo nada. Se dio media vuelta y se fue despacio, como cuidando de no ahuyentar las gaviotas que no muy lejos se arremolinaban al sol de la mañana.
“Otro imbécil”, pensé, pero no supe qué decir para que desistiera de su propósito. Quedé allí, inmóvil, callado, observando como se alejaba. Tuve la impresión de que había tomado aquella dirección como podía haber tomado cualquier otra, simplemente por huir de una situación incómoda.
Intenté reflexionar sobre mis palabras y volví a analizarlas una y otra vez. Desconocía en qué me había equivocado, qué tendría que haber dicho o cómo debí hacerlo para que él no se sintiese mal. Pero no, la culpa no era mía, estaba claro que el viejo era huraño y descortés. Tal vez simplemente odiaba la sociabilidad, relacionarse con gente que no pensaba y hablaba como él. O quizá no quería conversar con gente que se le parecía demasiado.
Todas estas cosas pasaban por mi cabeza cuando ya casi no lo veía en el horizonte difuso y deslumbrante de la arena. No encontré otra salida que marcharme. Para qué ir otra vez a buscarlo. Ya no me restaba amor propio para otra combustión. Además, su actitud volvería a ser la misma.
Deduje que eso sí que era una certeza, y que yo podía empezar de nuevo a partir de ciertas certezas. Pero cómo no volver a tropezar otra vez con la misma situación. Cómo no tropezar si desconocía la naturaleza de mi error.
Por un instante, volvió la imagen de Raquel a mi cabeza. Dos años no eran nada para madurar. Raquel en mis contactos vía Internet. Su foto arriba a la derecha como una diosa diciéndome “ven y cómeme”. Pero lo más que me escribía era “Hola”. Y yo intentaba, quizás como el viejo, pescar entre ola y ola. Y como el viejo siempre me quedé con las ganas.


Antonio Aragón Fernández
Diciembre de 2008

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